Una diseñadora contra la lógica torcida de la oficina

Esta historia está basada en hechos reales.
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Los nombres han sido cambiados para proteger a sus protagonistas.

Cinco minutos. Ese fue el margen que tuvo Lucía, diseñadora de interfaces en una software factory de IT, para decidir entre dejar pasar un error evidente o intervenir. Eligió lo segundo. Redibujó un gráfico roto que su jefe —un hombre sin formación en diseño— iba a presentar ante el dueño de la empresa.

“Era un gráfico de torta”, recuerda. “En el original, lo que estaba en negro representaba lo positivo y lo verde lo negativo. Lo rehice tal cual, sin repensarlo, solo para que no quedara mal en la reunión”.

La intención era salvar la situación, pero el gesto se volvió en su contra. El dueño, obsesionado con los detalles visuales aunque incapaz de reconocer su propio despropósito, encontró allí la excusa para pedir su salida.

La paradoja del rendimiento perfecto

Lucía llevaba dos años en la compañía. Era la única diseñadora de UI en el área de proyectos, trabajaba en soledad y, según las encuestas internas, su desempeño era el mejor de toda la empresa. Sin embargo, no hubo reconocimiento, solo la advertencia seca de su jefe: