De bancos a bombachas

Lucía tenía 25 años cuando un noticiero le avisó que su lugar de trabajo desaparecía.

Esta historia está basada en hechos reales.
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Los nombres han sido cambiados para proteger a sus protagonistas.

"Cuando uno trabaja en relación de dependencia, todo es prestado."

Lucía lo entendió joven, a los 25, mientras veía el noticiero y escuchaba, atónita, que el banco en el que trabajaba se retiraba del país. No había mails internos, comunicados oficiales ni reuniones de emergencia. Solo una frase al aire y una certeza que se desmoronaba: su trabajo en Organización y Procesos, en el área central, ya no tenía futuro.

Venía de atravesar el corralito, una experiencia que describió como "muy estresante". Pero en ese entonces, sentía que estaba donde tenía que estar: trabajaba en algo que le apasionaba, mientras estudiaba una carrera alineada al rubro financiero. Veía una línea de crecimiento clara. Hasta que se borró de un plumazo.

El proceso de desvinculación fue, en sus palabras, "menos traumático de lo que podría haber sido". El banco fue absorbido por otra entidad y ella tuvo la suerte de quedar entre el 30% que conservó su empleo. Pero la forma en que se enteraban no era menos cruel: "Era un típico Gran Hermano, nos llamaban a la oficina del gerente y ahí nos decían si seguíamos o no".

Lo más duro no fue para ella, sino para quienes tenían más años y responsabilidades: "Ver a compañeros con puestos importantes y muchas obligaciones de gasto quedarse de un día para el otro en la calle, sin saber qué hacer ni con ganas de empezar de cero... fue durísimo".

Ese golpe temprano le dejó una certeza que nunca olvidó: la seguridad laboral no existe. Y plantó una semilla.

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