🐞 Bicho corporativo: una carpeta en la mano, veinte años en la espalda

Esta historia está basada en hechos reales.
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Los nombres han sido cambiados para proteger a sus protagonistas.

La reunión fue breve. Demasiado breve para veinte años de lealtad. Ramón salió del edificio sin mirar atrás, con una carpeta en la mano y una certeza en el pecho: se había terminado. No de golpe, claro. Hacía casi dos años que sabía que la casa central cerraría las operaciones en Argentina. Pero ese día, por fin, era oficial.

“Cuando la decisión está tomada, pasás de ser un activo que la compañía quiere cuidar, a un pasivo del cual se quiere deshacer. Pasás de 'somos una familia' a negociar con los dientes apretados”, dice ahora, con una mezcla de ironía y resignación.

Durante dos décadas, Ramón había sido director comercial de una entidad financiera internacional. Su mundo giraba en torno a objetivos, trimestres y reuniones con clientes clave. Pero también en torno a un sentido de pertenencia, una identidad corporativa que había abrazado con convicción. Eso también se desmoronó, de a poco.